jueves, 29 de mayo de 2008

30 DE MAYO: SAN FERNANDO; La santidad también es la meta de los seglares, de los cofrades


Hermanos cofrades, aquí propongo como modelo de reflexión la vida del Santo que celebramos el 30 de mayo, San Fernando, rey de Castilla y León. Como cristianos, mas aún como cofrades, estamos llamados a la santidad en nuestro quehacer cotidiano; la santidad no es patrimonio exclusivo de consagrados, todos estamos llamados. Es por esto que San Fernando es un ejemplo, pues alcanzó el preciado tesoro en el contexto más difícil para alcanzarlo en el tiempo que le tocó vivir.

San Fernando (1198 - 1252) es, probablemente, el español más ilustre y una de las figuras políticas principales de uno de los siglos cenitales de la historia de nuestro país, el siglo XIII. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo.
A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.
Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey musulmán de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África y el rey Fernando murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de las catedrales de Burgos, Toledo y León. Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos, dominicos y mercedarios, a los que dió los solares donde actualmente se asienta la Basílica y el antiguo convento de la Merced de Jerez. C
uidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional.
San Fernando, como gobernante, fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros; se cuenta que a sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas.
Fernando III fue un santo-rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio, labor a la que estamos llamados todos los cofrades. Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que llega a asombrar. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.
Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.
Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.
No cabe duda de que la vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

No hay comentarios: