¿Quién ha de llorar la ausencia de los hijos sino la Madre de todos? Pero esas lágrimas son lágrimas de esperanza, de Vida, de Consuelo. Sólo como Ella sabe hacerlo nos dice que recordemos a quienes queremos y no están, que le pidamos por ellos, pero en la intercesión que pone ante la Misericordia de Dios, la Soledad, que es la Madre, vela por el alma de los difuntos.
Así, en noviembre, también la ermita de San Bartolomé entra en un halo de recogimiento que hace que un escalofrío recorra a quien se pone frente a la Virgen y la ve ataviada completamente de negro. Saya y bocamangas negras, como el mano, con puñetas de encaje en color crudo y fajín de maya dorado, como cada noviembre; sin embargo, el tocado realizado con mantilla de encaje negra a la usanza del schebishim hebreo recogido al hombro derecho y dejando al descubierto la caida de la blonda es la novedad que se ha querido imprimir al carácter conmemorativo del mes de los difuntos.
Madre, en tus ojos llora la Soledad de los hombres y en tu mirada serena el mundo seca sus lágrimas.