domingo, 4 de mayo de 2008

LIRIOS Y CLAVELES


Las mujeres se fijan más que los hombres en las flores de los pasos. Los hombres sabemos que sí, que los pasos llevan flores, pero no nos pregunte usted cómo se llaman esas pequeñitas y refinadas que este año recorren el moldurón de plata del palio. Eso lo saben las mujeres perfectamente. A los hombres no nos saque usted de las flores antiguas, de la rosa y del clavel, del lirio y del naranjo que florece entre la plata de un palio de la madrugada. Las mujeres te dicen no solamente cómo se llaman esas flores exóticas, sino de qué países llegaron, qué primores de manos de floristas las colocaron, si recuperan formas antiguas o si despejaron esquinas que ahora sólo lucen blancuras del guante de los manigueteros. Pasan los pasos, pasan las flores de los pasos, pasa el olor de las flores de los pasos, y a mí hoy, cuando la ciudad está sosegada y en calma como corresponde a la festividad del día, ese olor, ese color, me recuerdan algo que considerar no se suele. No hablo de dónde vienen las flores de los pasos, sino adónde van algunas veces.
Mañana Viernes por la tarde veré un Cristo entre ladrones. Junto a las flores de lis del recuerdo de la grandeza romántica de la cofradía y a las doradas garras de los zancos, los humildes lirios. Los lirios de siempre. La mejor alfombra de la Real Fábrica que Don Antonio de Montpensier tuvo en San Telmo era un esterón de la espartería de la Alfalfa al lado de los lirios del campo que tapizan el monte del Cristo. De entre esos lirios, yo conozco un manojito. Aún están frescos, copiando el color de las túnicas de los nazarenos, en una historia que me contaron y que recuerdo. Pongamos que ocurre ahora. Es ya madrugada del Viernes al Sábado. Un hermano de esa cofradía no ha podido verla este año. Se lo llevaron más que maluscón al hospital el Domingo de Ramos. Quirófano, sala de despertar, cuidados intensivos. Ahora es noche cerrada de hospital e incertidumbre. Pasillos vacíos. De pronto, por aquella soledad avanza un hombre vestido con un terno negro. Lleva unos lirios en la mano. Es el capataz de la Carretería. Se acerca a los familiares del enfermo. Le da los lirios. Les dice:
-- Dádselos de parte de la hermandad. Son los lirios que ha llevado el Cristo...
Y pongamos que también ocurre ahora mismo otra historia que me contaron. Viene la Esperanza triunfante por Escoberos. Una macarena está esperándola. Aguanta el arreón de la bulla de ciriales para verla. Antonio Santiago toca el dragón y el paso se para. La sevillana está mirando a la Madre de Dios y rezando. No se da cuenta de que un nazareno de antifaz de viejo terciopelo verde se ha acercado al paso, ha tomado un ramo de claveles blancos y ahora se lo está dando. No sabe si son nuevas o viejas las lágrimas que le brotan cuando ese nazareno, dándole el ramo de flores, le dice:
--Toma, para que se las lleves a tu madre, que éste es el primer año que no ha podido verla. Estas flores han estado con Ella toda la madrugada...
La macarena abraza el ramo contra su pecho cuando está pasando una Virgen que ya no sabe si ve aquí, en Escoberos, o si está viéndola aún en el viejo cuadro del cuarto de su madre. Deja la bulla. Sale a la Resolana. Para un taxi. De va al cementerio. El cementerio sí que está sosegado y en calma como corresponde a la festividad del día más cierto. La macarena va por los cipreses, hacia un mármol. Sobre el que ahora, en un silencio de altos pájaros, con una luz de cuerpo cortado por la madrugada, deja esos blancos claveles.
Las mujeres saben de dónde vienen las flores de los pasos. Los hombres sabemos adónde van muchas veces los lirios o los claveles de un paso. Ni más ni menos que a la verdad de la vida y de la muerte.
Antonio Burgos

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